Por: Magdali Guido Peñaloza
En
un día pueden pasar tantas cosas que te hacen reflexionar, dudar, recordar,
llorar o reír. Y es en ese momento donde la vida te engancha y te muestra un
panorama real, al mundo en que cada individuo vive. Hace algunos días,
ordenando mi cuarto, me encontré conmigo misma, hace como dos años que dejé de
escribir mis diarios, y ese día los vi cual si fueran libros olvidados,
especialmente tomé un diario azul, y comencé a leer esas palabras que me
llevaron a un viaje al pasado, fueron escritas hace aproximadamente diez años y
hoy comprendí a esa adolescente que como muchas otras, en su silencio pedía justicia, en papel gritaba angustia. Al
abrir el diario, desde la primera página sentí la necesidad de leerlo hasta el
final, leía, y mis ojos recorrían cada palabra, mis manos cálidamente
acariciaba las hojas que parecían tener la experiencia en ese color amarillento,
y la inocencia en simples y sencillas líneas. Era una historia que parecía
ajena a mí, que cuando la leía me emocionaba llegar a la última página, mis
gestos empezaron a hacer sintonía con el inconsciente que empezaba a jugar con
mi mente y las sensaciones adornaron el instante incontrolablemente, ese cúmulo
de represiones brotaron al cruzar mi mirada con esos trazos viejos que parecían
estar olvidados en papel. Aquello que la gente entierra para poder caminar, lo
que encadena para poder volar, después de haberlo vivido sin ser comprendido,
dejándolo atrás. Hoy el color de mis hojas son blancas, las manchas quedaron
grabadas en otro tiempo. Y nuevamente, de esas veces que todos nos damos una
oportunidad más, y decimos basta! Al pasar los años se incorpora en mis
decisiones la carrera de psicología, ciencia que estudia la conducta humana y
los procesos mentales. Hoy se me da la oportunidad de comprender y analizar el
porqué de las cosas, el no juzgar ni cerrarme a una ideología. Cuando se
propuso el proyecto ¡Alto al Bullying! ¡No más violencia! Me sonó un tanto
rutinario escuchar esas palabras con las que el mundo ha tratado de
desaparecer, por lo que no significó gran novedad ni hubo compromiso total de
mi parte. Pero pasaron los días y escuchaba noticias de la cruel realidad del
acoso escolar, entonces me puse a leer el material que se nos dio para
intervenir en escuelas en un enfoque psicosocial para concientizar a las
personas sobre este fenómeno que se ha ignorado desde hace años, teniendo
consecuencias graves, derramando sangre y destruyendo vidas inocentes. ¡Qué
pasa! Realmente estamos perdidos en valores! Precisamente en esos días fue que
encontré ese diario azul, fue exactamente un despertar, un impulso para actuar,
porque esa historia que fue escrita con lágrimas, que hoy se repite en aquellas
voces inocentes, calladas, ausentes. Porque cuando vives la angustia, el miedo,
la desilusión, la soledad, el coraje, cuando vives la violencia psicológica, el
acoso, y todo aquello que te hace sentir una persona diminuta e inaceptable,
comprendes a aquel que también lo vive. Y pudiera parecer exagerado o quizá un
tanto indiferente para los demás que no les importa si un niño sufre o vive,
mientras no sea familiar o conocido, todo está perfecto. Pero a veces no nos
damos cuenta que en casa tenemos el problema que no podemos ver allá en la
sociedad. Como seres humanos existe la necesidad del otro para vivir en
comunidad. No podemos hacernos ajenos a este problema, todos participamos en
ello, la violencia no se termina porque son pocos los que se atreven a hacer
algo, o porque la violencia ya es parte de la sobrevivencia. Pero solo los
conformistas aceptan unirse a la mediocridad, y la mediocridad es proporcional
al amor que hay en nuestros corazones, al amor que le das al otro, al amor que
le tienes a la vida, y si la vida se sostiene por instantes, y un instante es
el momento de actuar, no te quedes parado, empieza a ver a tu alrededor, solo
así encontrarás la respuesta de esta realidad. Los niños son el motor de
nuestras nuevas generaciones, no permitamos que nuestra indiferencia los
convierta en vegetales, un niño que no sonríe por miedo a mostrarse, que no
juega para no ser rechazado, que no habla para no ser callado, que no corre
para no ser perseguido, un niño que no llora para no ser débil, que golpea para
ser escuchado, que miente para ser atendido, que se esconde para no ser visto,
que no sale de su cuarto para no ser interrogado, un niño que no le permiten
ser niño, su vida se acaba en ese momento. Cuando mi cuerpo empezó a reaccionar
diferente ante la lectura de mi diario, en una de las páginas vi a una niña
debajo de la cama, como si jugase a las escondidillas, solo que deseaba
realmente no ser encontrada. Que ir a la escuela le parecía una tortura,
caminar por la calle y sentirse pequeñita, ver a su alrededor sin encontrar una
salida, llegar a casa para dormir y soñar que es una princesa, para que al
despertar se diera cuenta que no tenía la corona. Todos decimos “son niños, ya
se les pasará”; cuando un niño llora, no por ser niño no sufre, realmente para
ellos es tan significante sentirse rechazados y solos, tanto que algunos deciden quitarse la vida, no es
berrinche, es porque les han destrozado su infancia, les han cortado las alas
que se les dio cuando nacieron. La pregunta es donde están los papás, aquellos
que se justifican diciendo que nadie les enseñó ser padres, pues a un hijo
nadie les enseña a ser hijos, entonces ese no es el problema, realmente hay
culpables? Quien se atreve a culpar a quién? quizá no se trate de ser padres o
ser hijos, sino de cómo digerimos el amor en la imperfección humana, es
complicado, es una locura comprender de donde viene la violencia, y es más
locura pensar que se puede terminar algo que no tiene un origen preciso. Pero
si de locura hablamos cómo pretender que un lápiz y un papel pueden ser el
amigo más fiel, o que las palabras y los actos son el fruto de lo que somos. Hasta
la semilla más pequeña puede convertirse en un gran árbol frondoso, el acto más
pequeño y humilde puede concientizar a mil personas. No se necesita dar lo que
no tenemos, porque sería falso, sino dar lo que está en nuestras manos para un
mejor futuro. En el momento que das, tus cargas se vuelven ligeras, y el
beneficio lo recibimos todos. Me gusta cerrar con una frase que lo comprende
todo y lo dice todo del filósofo San Agustín, “Ama y haz lo que quieras”, si el
amor es la raíz, así tengas que gritar, lo harás con amor. Y eso necesitan
nuestros niños, ya no más violencia, seamos pues responsables y actuemos.
Así
como ese día, en ese instante algo me hizo despertar, espero que no solo estas
palabras puedan abrir tu mente y tu corazón, sino que busques en tu interior.